Al principio, mientras
recogía todas sus cosas de la casa de sus padres, no había reparado
en ese cuaderno. Probablemente, se encontraba aplastado entre
carpetas de apuntes y fotocopias de sus años en la universidad. Ya
en su piso, mientras decidía qué hacer con cada uno de aquellos
objetos carentes de sentido, no recordó haber comparado ni usado
nunca aquel cuaderno de tapas azules y lo abrió con la curiosidad de
quien está entrando, con cierto morbo, en la intimidad de otro.
Encontró entonces el dibujo de un conejo rechoncho y de aspecto
cansado, un conejo de orejas gachas y mirada descreída. Se asustó
un poco cuando vio que aquel ser extraño saltaba de la hoja
cuadriculada hasta el sofá, pero decidió tomarse el incidente con
calma. Pensó que el conejo tendría ansias de libertad y acabaría
por desaparecer en poco tiempo. En ningún momento imaginó que iba a
tener un inesperado compañero de piso, que pasaría las veinticuatro
horas ocupando su lado del sofá. Lo cierto es que a Claudia le
resultó gracioso desde el principio y nunca le supuso un problema
aquel mamífero, salvo las tardes en que regresaba a casa y descubría
que se había bebido todas las latas de cerveza. Por otro lado,
apenas abría la boca, aunque, cuando lo hacía, tenía la mala
costumbre de hablar en un tono sentencioso y con desdén.
Previó con claridad el
desenlace aquel miércoles, en que lo encontró absorto mirando un
pintalabios. La ira le rebosaba. Bajó a comprar tabaco sin querer
enfrentar la situación y, al regresar, el conejo se había largado.
No le hacía falta leer el mensaje en el móvil que le mandó Claudia
mascullando una disculpa cobarde. Pasó meses echándolos de menos.
Original, divertido y pelín doliente,: Maravilloso
ResponderEliminarGenial, Quique!!Sólo nos queda ponerle un buen título!!
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