Día
26 de abril de 2012
TÉCNICA: PLANTEAMIENTOS DESCABELLADOS.
HIPÓTESIS FANTÁSTICA
CUESTIÓN:
¿Cuál sería tu
reacción si una mañana, estando sola en casa, llaman a la puerta y te
encuentras con un cocodrilo que te ofrece educadamente un detergente?
Un soleado día en periodo vacacional, música serena en el ambiente, desayuno suculento y
sosegado en la terraza. Suena el timbre. No abro al primer toque. Vuelve a
sonar. Debería haber instalado un timbre más estrepitoso, el que tengo es demasiado
tenue y, a veces, no se percibe. Me dirijo a la puerta, acabando el último
bocado de mi sabrosa tostada con aceite de la tierra y un poco de miel.
-
Buenos días señora! ¿Se
ha dado cuenta de la mañana tan luminosa y limpia que tenemos?. La limpieza es
mi sino. La blancura me apasiona. Y por eso le ofrezco ¡el detergente “la
casona”! ¡Sublime, sedoso, excepcional, casi etéreo, inigualable…ah, y
demostrado dermatológicamente por los mejores laboratorios del mercado! ¿Le
hago una prueba?
¿Qué estaba viendo?. Vestido con un delantal floreado de
fondo blanco, con manos (¿manos?) rugosas, llevando cajas de detergente y con
un intenso olor a “nenuco”, aparece ante mí un corpulento cocodrilo hablándome
impetuosamente.
Todavía no comprendo cómo pude reaccionar así. Lo cierto es
que le dejo pasar a mi cocina y, con movimientos cadenciosos, empieza a manejar
la lavadora introduciendo aquel fantástico producto, acompañando a todo ello
una retahíla de palabras propias de un anuncio de televisión. Ahora habla suave
y educadamente con la profesionalidad del mejor vendedor del mundo. Arrastra su
abrupta cola por toda estancia y no para de moverse ante mi atónita mirada.
-
He de decirle que este
detergente no sólo quita las manchas, también las arrugas, fija los colores,
pero…lo más fantástico es que… cambia a las personas que usan la ropa lavadas
por él. Y…estará pensando, ¿en qué? Sus sentidos se agudizan y hace que
perciban más allá de lo normal.
Sigo sin hablar, sólo
escucho.
Trae también una bolsa a rayas de pequeñas dimensiones que,
al abrirla, incompresiblemente aumenta de tamaño y asoma diversas prendas que
mi visitante saca para demostrarme el efecto de “la casona”. Me invita a
colocarme un gracioso y delicado chal azulado con motas en blanco y ayuda a
colocármelo.
Charlamos durante largo rato. Lleva tan sólo unos meses en
este trabajo. Relata diversas anécdotas de sus intentos de ventas.
Me quedo con dos cajas de detergente. Me da las gracias y,
al marcharse, me dice:
-
Una cosa más, no podrá
volverlo a comprar. No vendré otra vez. Sus efectos acaban con el último
lavado. Aproveche todo lo que a partir de ahora va a poder sentir.
Fueron sus últimas palabras al desaparecer por la escalera,
arrastrando su pesado cuerpo con cierta
agilidad.
¡De manera que yo, con toda normalidad, he estado
departiendo con un cocodrilo vendedor de detergente con efectos secundarios
sorprendentes!
Y, envuelta en mi chal azulado, me vuelvo a la terraza, donde las plantas me parecen
más verdes, donde escucho con toda claridad la animada charla de la pareja que
está en el balcón del bloque colindante y el exquisito olor de un asado de cordero, de
alguna experimentada cocinera, llega a mi nariz de forma
escandalosa .
24 de abril de 2012
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