domingo, 6 de mayo de 2012

El momento en que te retiras a escribir...

NO QUIERO ACORDARME

            Hoy me he levantado al alba, como todos los días, en cuanto el canto de los gallos de la vecindad se ha hecho insistente. Junto a mí, como casi todas las noches, duerme mi joven doncella, con la que comparto las estrecheces de esta existencia que nos ha tocado en suerte. Porque mi vida es muy dura, y sólo encuentro alivio a sus rigores en los escasos ratos en que me puedo aislar para escribir. Por poneros algunos ejemplos, esta noche nos han despertado varias veces los desgarradores aullidos de algún vecino, y no sabemos si su agonía provendría del martirio de su cuerpo o más bien del de su alma. Y ahora, que todavía nos envuelve la penumbra de la hora tan temprana, nos sobresalta la veloz carrera de una rata u otro animalejo que cruza impunemente nuestra estancia.
            Mi doncella ya se levanta soñolienta y se dispone, afablemente, a servirme. Sin cruzarnos palabra, ya sabe de sobra cuáles son sus obligaciones para conmigo, que la sustento y protejo. Me ayudará a vestirme y asearme, y saldrá a continuación a buscarme el mugriento pan y queso que, junto con un jarrillo de vulgar vino, ciertos espíritus caritativos habrán dejado en la despensería para que no nos muramos de inanición todos los que aquí habitamos. En el camino, sin duda habrá de sortear los impertinentes requerimientos de otros residentes a los que les gustaría que alguna noche también calentara sus camas y diera desahogo a su soledad, pero él sabe bien cuál es el señor que más le conviene. Y he dicho “él” porque su sexo es masculino, aunque aquí dentro ese pequeño detalle no nos incomoda para tratarla como si la mujer más deseada y condescendiente fuera.
            Y en medio del más estéril aburrimiento irán pasando mis horas de caballero taciturno que no desea verse mezclado con toda esta baja ralea que me circunda y con la que no comparto nada más que la ilegalidad de ciertos deslices en los que nos vimos obligados (en mayor o menor medida) a incurrir, y por los que hoy tenemos que pagar con creces.
            Afortunadamente encontraré, después de dar cuenta de un desigual almuerzo, de un rato de sosiego en que, en lugar de dormitar al sol, permaneceré en el interior de mi estancia. Allí, sobre el blanco envejecido de unos pliegos que he logrado conseguir sobornando a algún guardián (más bondadoso que corrupto), podré garabatear con una pluma de ganso recién afilada una fantástica historia que me bulle desde hace días en la cabeza, sobre un mentecato idealista que moraba en algún lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero ahora acordarme.

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