viernes, 4 de mayo de 2012

SEPTIEMBRE NO OLÍA A MANZANAS

SEPTIEMBRE NO OLÍA A MANZANAS
Aquel verano había decidido volver con su familia a aquella remota playa de su lejana infancia. Había pasado demasiados veranos en las gélidas tierras del norte; necesitaba, más que nunca, del sol y de la luz.
Volver le producía una enorme inquietud y un inmenso nerviosismo se iba apoderando de ella a medida que pasaban los días. Ansiaba pasear y hundir los pies en la arena caliente, zambullirse en las aguas bravas, revolcarse con las olas; quería hacer castillos con su hija, esculpir monigotes, ensartar conchas o seguir el surco de los cangrejos.
La última noche se había acostado demasiado tarde preparando las imposibles maletas. Escuchó el paso lento de las horas y solo consiguió dormir unas horas, enrollada como un ovillo, justo antes del amanecer
En el último instante, cuando ya el taxi las esperaba en la puerta para trasladarlas al aeropuerto, la pequeña Blanca saltó bruscamente del coche, atravesó el jardín escurriéndose entre las piernas de su madre mientras esta daba los últimos retoques: el gato a la vecina, el gas apagado, el cierre del patio echado…
-         ¿Se puede saber a dónde vas con tanta prisa, Blanca?
-         Voy a buscar a Kufi, ¡no la voy a dejar sola tantos días!
-         ¡Pero cómo te vas a llevar a Kufi, si la pobre está ya hecha una ….
Paró en seco, antes de terminar de decir ante su hija algo de lo que más tarde podría arrepentirse de haber dicho.
Llegaron un dorado día de septiembre. La abuela lo tenía todo preparado y la casa lucía resplandeciente: la había aireado para disipar el olor a cerrado; había repasado algún que otro desconchón; había lavado las cortinas, las fundas de los colchones, las toallas… y había colocado jarrones con flores recién cortadas en cada rincón.
Pero no olía a manzanas frescas. Un olor repugnante y nauseabundo impregnaba el ambiente, un olor que solo ella parecía percibir. Recorrió toda la casa olisqueando como un sabueso para encontrar el origen de aquella nube invisible que chocaba contra su nariz, pero no encontró nada. Tampoco dijo nada a su madre. Por el contrario, con un ¡”qué precioso está todo, mamá!, ¡menudo trabajo te hemos dado!”, intentó alejar dudas.
La pequeña apenas se detuvo, un breve momento apretada por el abrazo sonoro de su abuela, y salió corriendo hacia la orilla arrastrando a Kufi por alguno de los mechones de pelo que aún le quedaban.
No dio tiempo a nada. Mientras la abuela hablaba y hablaba contando los últimos acontecimientos del pueblo o rememorando inolvidables veranos de hacía tanto tiempo ya, la pequeña Blanca apareció ante sus ojos con los pies envueltos en una balsa viscosa, negra y brillante y Kufi, su muñeca bizca y coja, de pelo raído de tanta lavadora, cubierta de aquella masa pegajosa.
-         ¡Mamá, mamá! ¡Abuela!, ¡Se me ha caído Kufi!, ¡Mira! ¿Qué es esto?
-         Es chapapote, hija mía, el maldito y cruel chapapote. No me ha dado tiempo a deciros aún nada –dijo la abuela llena de tristeza.
-         ¿Chapa…qué? – contesto la niña.
Mientras la abuela explicaba a su hija lo ocurrido, la pequeña corría pasillo adentro gritando enfurecida:
-         ¿Chapa…qué?, ¡Chapamierda! ¡Esto sí que es mierda! ¡pura mierda!, ¿verdad Kufi?
-         No te lo quise decir, ¡tenía tantas ganas de veros! – susurró suavemente la abuela a su hija mientras la abraza.
Y juntas se adentraron hacia la cocina siguiendo el rastro de un humeante café.
CONCHA GARCÍA GUILLÉN

1 comentario:

  1. Guauuu, maravilloso. Es el comienzo de una novela que quiero leer.

    ResponderEliminar