miércoles, 30 de mayo de 2012

Tarea narrativa: el momento de retirarse a escribir


Les miro con cierta condescendencia y, al mismo tiempo, les envidio. Me gustaría disponer de esa tranquilidad de conciencia que les permite abandonarse al hedonismo esta tarde que sin mayor preocupación que la del próximo bar. Acaba de terminar el almuerzo y ya me invade esa sensación hormigueante de estar incumpliendo con el deber. Me basta con pensar en que debería hacer algo para que todo el día pese sobre mí la responsabilidad de buscar un hueco que dedicar al cuaderno o al teclado. El problema es que nunca sé muy bien qué es lo que tengo que hacer: corregir textos antiguos, exprimir imágenes aisladas que surgieron durante los últimos días y que guardo con la esperanza de que se conviertan en un nuevo filón o, tal vez, simplemente, dejarme llevar por el discurso automático, por ese “lo primero que se venga a la cabeza” como arma que asegure que, al menos, escriba algo. Miro las caras sonrientes y encarnadas de mis amigos mientras hablan sobre cualquier cosa con un resto de vino en las copas y pienso que soy estúpido, que debería quedarme a disfrutar o enclaustrarme porque ya sé que después andaré lamentándome de mi pereza, hacer una u otra cosa pero con convicción y no con esta cara que creo tener de quien está a punto de dar una mala excusa para mostrar un comportamiento decepcionante. Opto por el genérico cosas que hacer, la casa hecha un asco, porque siento vergüenza de decirles que me voy a escribir, que quizá haya un libro de poemas a punto de ser terminado entre las últimas notas que estuve tomando en mi libreta. Como esperaba, nadie comprende que me vaya y me tientan con café, con whisky, me coartan acusándome de “saborío”. Sin embargo, consigo escaparme y, mientras vuelvo a mi casa, pienso que he bebido lo suficiente como para no poder concentrarme en nada. Y sé lo que me espera, recurrir al tabaco y al café, revisar el cuaderno, encender el ordenador y abrir varios archivos de texto inconclusos, cambiar varias veces la música y, con suerte, dejar escritos un par de versitos nuevos. Acabaré quedándome dormido o pensando que debería haber caminado un buen rato, que el pensamiento se multiplica con la acción y que algunas de mis mejores ideas se me han ocurrido en mitad de una caminata. Está claro que, cuanto más lo planifico, más difícil me resulta encerrarme en casa para ponerme a escribir.

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